¡Vámonos de pinta!

¡Qué bonito le hacemos al loco los mexicanos! Fugarse, salársela, irse de pinta; cualquier pretexto es bueno para escapar un rato, de las obligaciones diarias que ahogan al ciudadano promedio. En México, irse de pinta, normalmente aplica cuando los estudiantes no van a clase sin justificación ni permiso y, más bien, acuden a otros sitios a vagar, hacer alguna maldad o perder el tiempo. Sin embargo, también en el mundo de los oficinistas funciona cuando ha llegado un momento en que el trabajo se ha vuelto tedioso y repetitivo, y casi cualquier razón sirve para salirse o para no llegar.

Y más tarde aparecen los pretextos o las justificaciones locas, para lo que se hizo o lo que no se hizo.

La pinta es una costumbre muy arraigada en el estudiantado de todo el mundo. Es común que la escuela llegue a ser pesada o aburrida, sobre todo cuando corren los años de adolescencia, y el mundo es mucho más interesante afuera, en la calle, que dentro de un salón de clases.

Los estudiantes chilangos son expertos en el arte de la fuga escolar, sin importar el grado; de la secundaria a la universidad, a todos se les ve paseando en las mañanas por los pasillos del Bosque de Chapultepec, u ocupando las solitarias salas de cine, que casi nadie visita a esas horas.

Irse de pinta, escuelas vacías y calles llenas

Los pasillos de los centros comerciales, los museos gratuitos, las bibliotecas, los parques y los camellones. Los chamacos chilangos se pintan solos a la hora de la fuga, y hasta sólo caminar por ahí sin ningún objetivo, es mejor a seguir escuchando al maestro. Y ya más tarde vendrán las justificaciones y los pretextos.

Además, esta es una costumbre bien heredada de generaciones atrás, cuando hasta los que hoy son abuelos esperaban a que se cerrara la puerta de la escuela para echarse a correr, deseando no encontrar a alguien conocido en el camino, y pasar una mañana tranquila de la mano del ligue en turno, a los ojos del Ángel de la Independencia, que los observaba con reproche desde su pedestal.

Es como si la emocionante vida de un adolescente no estuviera completa, sin unas dosis de adrenalina y rebeldía, alimentadas por una ocasional escapada escolar. Para variar, no hacer nada más que ver cómo es el mundo afuera, cuando uno está atrapado en las clases.

Cuenta la leyenda que más de algún chamaco fue concebido bajo los efectos de una buena pinta, en algún pastizal capitalino, y bajo los disfraces escolares –nada a la moda– que impone el sistema escolar.

Y luego, al paso de las horas, regresar a la realidad aplastante de las clases, las tareas no realizadas y el trabajo aplazado, que se amontona por toneladas, mientras en la calle la vida sigue corriendo. ¿Por qué será que uno no puede, simplemente, hacer lo que le dé la gana?

Valeria Lira

@CronicaMexicana