Pese a que no hay más de un día de distancia entre el centro del país, más específicamente la Ciudad de México, y los estados del norte y sur, las diferencias se acentúan bastante, sobre todo en cuanto al modo de vivir, y la percepción de sus poblaciones, que algunas veces parecen habitar planetas completamente diferentes.
Ciudad de México, las lecciones que nos deja
El valor del tiempo
Cuando vives en una ciudad caótica, con distancias enormes y muchos problemas de tránsito, aprovechar cada instante y no perder el tiempo es bastante valioso.
Puede que muchos chilangos no lo crean, pero hay ciudades del país en las que los habitantes, pasan buena parte de su tiempo sentados en la banqueta, hablando con sus vecinos y sin otro propósito que ver la vida pasar.
También hay sitios donde hace tanto calor, que las personas, poblaciones enteras, se toman el lujo de irse a dormir al medio día y volver a sus actividades hasta cuatro o cinco horas después.
Ubicación espacial
No hay nada peor que tratar de investigar una dirección cuando estás en provincia. Eso del sentido de ubicación no es algo que se desarrolle mucho, cuando las personas viven en ciudades pequeñas, y cuyo diseño no suele variar de forma constante.
En cambio, vivir en la Ciudad de México y tratar de entender el complejo entramado de calles, avenidas y transportes públicos, requiere mucho sentido de la percepción, observación y ubicación espacial, para no acabar perdidos. Es como una habilidad que va naciendo, conforme se va conociendo este enorme monstruo complejo urbanístico.
En ese mismo sentido, es más probable que los chilangos conozcan lo que esconde su ciudad, por esa misma necesidad de no perder el ritmo de lo rápido que avanza, respecto a la velocidad que lleva la vida diaria.
La importancia de las relaciones
Pese a lo que pudiera pensarse, los chilangos valoran más que nadie la importancia del arraigo, las raíces y las relaciones duraderas. Y es que no es lo mismo vivir a diez minutos de tu familia, que a dos o tres horas de distancia. En ese último caso, el poco tiempo de convivencia posible, sorteando las complicaciones de la vida en la ciudad, se convierte en el tesoro más importante que hay.
Y no es que los del interior del país sean unos desarraigados, pero estar lejos de la familia, porque la distancia así lo manda, y la dureza con la que algunas veces te trata la gran ciudad, sí hacen que valores de dónde vienes y a la gente que te quiere.
La tolerancia
Vivir en una ciudad tan grande y con tantos contrastes te convierte, lo quieras o no, en una persona mucho más abierta y tolerante. Y es que una de las cosas que caracteriza a la CDMX es que da espacio a todas las expresiones posibles, y no discrimina a ningún sector; aquí todos caben.
La provincia de México se caracteriza por agrupar a los sectores más cerrados y conservadores del país, y mientras más hacia los extremos, menos tolerantes suelen ser las personas ante las expresiones distintas, los cambios o la influencia de otras culturas externas.
Los amaneceres
No hay nada mejor que tener la oportunidad de disfrutar un amanecer chilango. Con el ajetreo diario y la velocidad a la que hay que andar cada día, además de los días grises plagados de contaminación, los habitantes de la CDMX tienen muy pocas oportunidades para disfrutar la salida del sol.
En un escenario de provincia, con cielos limpios y el tiempo que corre lento, hay un hermoso amanecer cada día, uno igual a otro y siempre repetible. Pero habitar en la gran ciudad y aprovechar un momento para escuchar el ajetreo resurgir de la nada, los pulmones citadinos que respiran y el cielo rojo que se impone al gris, eso sí que vale la pena.
Valeria Lira