Mexicanos, centroamericanos, latinos, inmigrantes, norteamericanos nacionalizados, nacidos e ilegales, todos se despertaron esta mañana bajo el halo de una mala pesadilla: Donald Trump, misógino, xenófobo y ultra derechista, es hoy el presidente de Estados Unidos.
Nadie creía que realmente iba a suceder, Trump se convirtió en una verdadera caricatura durante los meses que duró la campaña electoral, y parecía bastante inverosímil que una figura así llegara a dirigir el país del norte, considerada una potencia mundial y cuna de libertades civiles, que se han contagiado por el planeta entero.
El mundo tiembla, el peso está hecho trizas, las acciones no saben hacia dónde correr y el pánico se apodera de millones de mexicanos, que ven su futuro atado a un país que les dio la espalda.
Es cierto que muy en parte, Estados Unidos mantiene a flote el barco de México, pero es una relación recíproca, y tampoco es tan sencillo que los norteamericanos construyan un muro y finjan que los mexicanos no existen.
¿Quién podará sus jardines y cuidará a sus hijos?, ¿quién limpiará sus desastres, recolectará su basura o cultivará sus verduras?; mejor aún, ¿quién ganará las becas para ir a enseñarles de qué se trata la ciencia?, ¿y las medallas en matemáticas?, los lugares en la NASA, las docencias en Harvard o los inventos en Silicon Valley, todo eso lleva nombres de mexicanos, y ni siquiera 55 millones de votantes a favor de Trump pueden decir lo contrario.
Trump no es el problema
Él puede ser lo que quiera, un loco, un estratega, un presidente, pero eso no es más importante que lo que los mexicanos son para sí mismos; el problema no es que haya ganado, el problema es que en México no somos capaces de salir a defendernos, dar la cara y decir que somos algo más que criminales, drogadictos o violadores, como nos califica el señor Trump.
Irónicamente, en México se vive más la preocupación de que a los migrantes les den un lugar de aquel lado, que de darles condiciones para que se queden a ser fuerza laboral aquí.
Peor todavía, los mexicanos se comen las uñas por el nuevo presidente de Estados Unidos, mientras sus propios políticos salen por la puerta de atrás con las maletas llenas de dinero, las arcas vacías, los impuestos al tope, el crimen como ley y la impunidad, como única respuesta a cualquier pregunta que se genere en este país.
Viéndolo así, ¿no sería más útil regar primero nuestro césped, antes de ver secarse el del vecino?
Y el guacamole, el guacamole es todo un tema. Cada Super Bowl, Estados Unidos consume 100 mil toneladas de guacamole, hecho con aguacate mexicano. ¿Cómo lo van a pasar por el muro de Trump?, ¿harán catapultas?, o mejor, quizá empiecen a importar aguacate chino.
Valeria Lira