Vamos a columpiar el tamarindo

Popo

Columpiar el tamarindo, hacer carita de León, liberar a Willy, asomar el topo  o simplemente hacer de la popo. No importa cómo le llamemos, para todos el proceso es el mismo, empieza con una molestia intestinal y termina jalando la palanca.

Cuando se habla del tema, todos ponen cara de que no lo conocen, fingen que les es extraño y hasta actúan con vergüenza, ante un acto de tan extraña naturaleza. Sin embargo, no hay nada como ese dicho que reza: “Caga el rey, caga el Papa y hasta la mujer más guapa, echa su bola de caca”.

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Un ser humano promedio desecha unos 54 kilos de materia fecal cada año, cantidad que varía según el país, la alimentación y hasta los niveles económicos de cada región, porque no es lo mismo comer frijoles y tortillas, que hamburguesas, tacos y tortas.

Probablemente, aunque no hay una estadística oficial, la producción intestinal de la mayoría de los mexicanos, supere en algo a la cantidad promedio, debido a que no son una raza que se caracterice por tener una alimentación muy saludable o mesurada, sino todo lo contrario.

Es difícil de concebir, pero todo aquello que nos llevamos a la boca termina convirtiéndose, tarde o temprano, en materia fecal que flota por las cañerías. Sí, aunque muchos pongan cara de que al baño nada más van para verse en el espejo.

La alimentación de los mexicanos está basada en carnes, harinas blancas, maíz y azúcares, y muy poca fibra, en la forma de frutas y verduras. Y es eso mismo lo que explica otra estadística: el 90% de la población en México, tiene problemas de acumulación de materia fecal en el colon, por malos hábitos alimenticios.

Hablando del colon, se estima que el cáncer en esa zona es el cuarto más frecuente en México, y a nivel mundial, cada año mueren casi un millón de personas por la misma razón.

Popo, cuestión de salud

Viéndolo así, el tema del desecho intestinal va mucho más allá de la percepción cultural que tenemos. Se trata de una cuestión de salud, y al mismo tiempo habla muy bien de quiénes somos, qué queremos y a qué podemos acceder, en términos no sólo de comida, sino incluso de nuestra calidad de vida y la esperanza que tenemos de seguirla bien o morir en el intento.

Incluso, el excremento de cada persona puede establecerse como un medidor de su estado general, salud, ánimo y hasta trastornos mentales, como la ansiedad o la depresión. Porque no comes igual si estás feliz, triste, enfermo o saludable, y esas cosas solamente las sabe tu confesor favorito: el excusado.

Y luego para rematar, todo aquello que nos metemos a la boca, bueno o malo, termina convertido en una pila de desechos apestosos, que van a parar directamente al drenaje, y se transforman en lo que respiramos, lo que nutre las hortalizas que nos comemos y pudiera ser que hasta en el agua que nos apaga la sed.

Valeria Lira

@CronicaMexicana