Naces, creces, vas a la escuela, te presionan para que estudies, terminas una carrera universitaria, comienzas tu vida laboral y mueres. Ese es el ciclo de la vida que se nos ha impuesto en el mundo capitalista que vivimos hoy, donde se nos conmina, desde los primeros años, a encontrar una ocupación suficientemente lucrativa y que de paso nos otorgue estatus social. Sin embargo, muy pocos se cuestionan acerca de si las personas realmente tienen y siguen una vocación real, un amor por lo que hacen, y la carrera que eligieron, para ejercer por el resto de sus vidas.
Hace unas cuatro o cinco décadas, la elección de la vida adulta no era tan complicada; si no eras bueno en la escuela, o no podías estudiar, elegías un oficio o lo heredabas, y a eso te dedicabas el resto de tus días. Las carreras profesionales estaban destinadas a quienes tenían mejores capacidades intelectuales, mientras las opciones eran limitadas, y no era tan difícil discernir entre humanidades, ciencias o algo que tuviera que ver con la función pública.
Hoy las opciones son muchas y la presión sobre los jóvenes trabaja como un verdadero lastre, que no les permite hace una elección adecuada, de acuerdo con sus capacidades e intereses.
Se calcula que casi el 40% de los jóvenes mexicanos se equivocó al elegir su carrera, lo que directamente aumenta los índices de deserción en las universidades, pero también los de infelicidad entre la población. ¿Qué pasa con todos aquellos que terminan y ejercen una carrera profesional que no les apasiona?, ¿se aguantan?, ¿estudian otra?, ¿se deprimen?
Vida laboral, la tragedia de crecer
Seguramente quienes ya pasaron por esa difícil decisión, se sentarán ahora a preguntarse cómo hicieron para elegir a qué querían dedicarse; la influencia de los padres, las modas, la presión económica, la herencia, o los sueños de juventud. Finalmente se trató, y se trata también en estos tiempos, de seguir la intuición propia, eso aunque los medios de comunicación nos vendan la idea de que hay que seguir las tendencias mercadológicas, tener un estatus económico que nos permita comprar, y con ello pertenecer, y hacer cualquier cosa que nos deje dinero, aún por encima de nuestras convicciones.
La situación económica es complicada en un país sobrepoblado, la competencia es feroz y todos andan tras la chuleta. Sin embargo, la cosa se pone aún más difícil cuando entendemos que, además de todos los problemas que ya existen en el mundo posmoderno, hay que sumarle el estado generalizado de infelicidad en el que viven millones de personas.
Y claro, ¿cómo ser feliz en un mundo que te exige que no seas quien quieres ser y que te olvides de tus sueños para encajar?