Llega el invierno en México y con ello empieza una fiesta, casi un ritual para millones de mexicanos que sacan del clóset su cobija “San Marcos” con el clásico dibujo de un tigre, un león o una virgencita milagrosa, se disfrazan con chamarras voluptuosas, que sólo sirven para hacer bulto en el transporte público y aprovechan, so pretexto del frío, para comer tortas de tamal, calóricos atoles y grasosos caldos de médula, para calentarse la tripa. Sí, como si no comieran eso todo el año…
El arribo del frío a México anuncia también la esperada época navideña, el soñado aguinaldo de millones de Godínez que cambiarán sus calzones amarillentos por unos nuevos que no tengan el resorte vencido, las señoras que alucinan atacar la piñata de la siguiente posada para comerse los chicharrones, las cañas y las colaciones viejas, y los mocosos que nada más no ven llegar a los Reyes Magos y su cargado costal de juguetes que los padres pagarán, a crédito y como penitencia, durante todo el siguiente año.
La ciudad de Nueva York, por ejemplo, inaugura su temporada navideña con un increíble desfile que patrocinan las principales tiendas departamentales de la zona; la Ciudad de México, en cambio, inaugura la época decembrina con puestos de tacos iluminados con luces de colores y vendedores de guantes en el Metro (¡no vaya a nevar allá adentro!).
Es el invierno, la Navidad, el fin de año, las chamarras de peluche, los tamales de dulce, las tortas de huevo y los calzones en el tendedero, que nunca secarán porque no saldrá el sol hasta febrero. Así es cuando llega el frío a México.
