El 98% de la población mexicana cae en el extremo de la ridiculez, varias veces en su vida, si no es que a diario y de manera casi natural. Ser mexicano es prácticamente el equivalente a ser ridículo, porque así nos enseñaron, venimos de una cultura donde si no te tiras al drama y le pones mucha crema a los tacos, entonces algo está muy, pero muy mal.
Hace como dos décadas, la mamá de todos los mexicanos era una señora que, sentada todas las tardes en un sillón, contaba historias ridículas de gente muy ridícula, escritas para hacer llorar a la audiencia y removerle su corazón de pollo.
¡Cuánto sufrimiento!, en ese programa salían puros pobres cristianos a los que les pasaban las peores tragedias, siempre una tras otra, como si un dios malvado se burlara de ellos.
Y ya en una versión mucho más moderna, nos topamos con la famosa “Rosa de Guadalupe”, un extraño intento de evangelización dirigido especialmente a los adolescentes, y pensado para que no caigan en las manos de la mona y el Resistol 5000.
Todo aquel que, siendo mexicano, ha vivido lejos del país por algún tiempo, sabe perfecto de qué trata el asunto. En ningún rincón del planeta se reconocen tales niveles de drama como los que aquí se dan; drama porque hay, porque no hay, porque hubo, porque vino, porque se fue y hasta porque voló la mosca, y peores historias de horror, que las contaba la calavera de Cuentos de la Cripta.
Probablemente la respuesta está en que, además de ridículos, los mexicanos tienen una imaginación desatada, y a cualquier contratiempo le construyen verdaderos monumentos al terror, enormes naufragios en simples vasos de agua, y orquestados por un montón de creencias, basadas en pura ignorancia y superstición.
Ridículo en los tiempos adversos
Es como cuando llegó el tema de la Influenza AH1N1 al país, y todos corrieron a esconderse, no sin antes vaciar las tiendas de gel antibacterial, tapabocas y collares de ajo, por aquello de los vampiros. Y ya muchos meses después, las estadísticas reales nos dijeron que murió mucha más gente, por asuntos como el Síndrome Respiratorio Agudo y Grave (SARS) en China y Canadá, que por la famosa influenza que hizo temblar a los mexicanos.
Un mexicano sin drama y sin ridiculez es un ser incompleto, le falta chiste y le sobran palabras, se ausenta la emoción de sus relatos y pierde toda posibilidad de gracia, en un mundo que sólo espera eso de él, que sea gracioso.
Por eso no hay que asustarse cuando la tía, la prima o la amiga, arme un ridículo escándalo, solamente porque se perdió el capítulo de La Rosa de Guadalupe donde Lola la Trailera sale de rehabilitación. Hay que recordar que todo intento de ridiculez, habla de la idiosincrasia del mexicano y la facilidad que tiene para hacer, de un momento común, una joya inolvidable.