Los mexicanos no son pobres, aunque eso les han hecho creer. Una de las cosas que dicen hoy, la psicología y la programación neurolingüística, es que uno es lo que decreta; los mexicanos viven en la pobreza porque repiten una y otra vez, sin descanso, que lo son, que no tienen nada, que en la vida les va mal y no les alcanza ni para un clavo.
Claro, la situación económica en el país nunca ha sido como para aventar flores al cielo, y menos aún para las clases populares que siempre han estado sujetas a la crisis y sobreviviendo de… ¡quién sabe de qué!
El meollo del asunto es que, pese a que México no es un país con una población altamente desarrollada o con un poder adquisitivo importante, tampoco se ubica entre los países más pobres del planeta, y su población aún accede a muchas cosas que otras solamente sueñan.
Esa idea de pobreza es más una ilusión que realidad, porque aunque nadie lo admite, las tiendas en México siempre están llenas, las tarjetas de crédito nunca dejan de pasar y las monedas, aunque de pobres, siempre queman en la cartera. Pero eso sí, nadie tiene dinero.
Con todo lo anterior, es realmente difícil encontrar a algún mexicano que admita, aunque sea por un segundo, que tiene dinero. Sin importar la clase social, prácticamente todos viven en un estado de pobreza mental, que los hace repetir constantemente que no tienen dinero, como si fuera ley.
Pobreza ¿problema real o imaginario?
También hay que ver las cifras; se calcula que 53 millones de personas en México se ubican en un estado de pobreza extrema, con ingresos menores a los mil 500 pesos mensuales y que, por supuesto, no alcanzan para satisfacer las necesidades mínimas de educación, salud y alimentación, de una familia entera.
Literalmente, la gran mayoría de los mexicanos viven en un estado de echarle más agua a los frijoles, más caldo a la sopa y menos crema a los tacos, porque está muy cara.
Echarle agua a los frijoles significa estirar el gasto, hacerlo rendir aunque signifique terminar con agua de calcetín en el plato, bajo la idea de haya para todos, aunque poco, pero que nadie se quede con el estómago vacío. Es una expresión muy adecuada para un país que vive en la carencia mental, espiritual y un poco del bolsillo.
Bueno o malo es así, si 53 millones son realmente pobres, los otros 67 millones de mexicanos viven pensando que también lo son, aunque tengan comida en la mesa, agua caliente y un sitio donde dormir.
La pobreza también es un concepto heredado. Generaciones atrás nos enseñaron que había que vivir con el cinturón apretado, contar los granos de arroz y aferrarse a cada centavo, como si fuera el último de la Tierra. Incluso la publicidad para las clases populares es así, no invita a vivir mejor, a invertir en el bienestar o a crecer, sino a ahorrar, a hacer un gran esfuerzo para que la carencia dé de sí misma para comer. Y todavía hay que agradecerles sus precios bajos y sus créditos de 40 mil quincenas, para pagar poquito.
Valeria Lira