¿Dónde te agarró el temblor?

alarma sísmica

Es casi la media noche de un jueves cualquiera en la Ciudad de México, ya se terminó la romanticona telenovela de la hora estelar, y la gran mayoría de los capitalinos están empezando a roncar. De pronto se escucha a lo lejos la famosa alarma sísmica, una voz de ultratumba anuncia que viene un temblor, y con eso comienza el desfile nocturno de cristianos convertidos, guadalupanos milagrosos, señoras que se les voltea la boca del susto, y uno que otro incrédulo, que piensa que esto es una cortina de humo del gobierno para tapar las otras, que ya están dejando de ser creíbles.

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Al salir a la calle se observa de todo, casi como en zoológico. Primero sale corriendo la señora gorda con sus tres chamacos detrás, se hincan en la banqueta y piden a diosito que no se los lleve en esta noche de jueves, “¡ya mañana es viernes, virgencita, please!”. Luego sale la solterona con sus cuatro gatos, la chancla de pata de gallo y la cobija matapasiones, para que no le dé un aire colado.

Más adelante se ve llegar, a la misma banqueta, a una pareja de recién casados cuya ocupación hasta entonces era ejercitar el arte amatorio, o como se dice vulgarmente “rechinar el petate”, hasta que les rechinó el edificio y salieron corriendo con solamente una sábana encima. Y ya luego los que tienen por lo menos 20 años de casados, y como 40 de experiencia, esos llegan tarde, salen en calzones tamaño paracaídas y con la baba en la cara, apuran a los chamacos, y vigilan si no hay un panadero cerca para bajarse el susto con un bolillo, una concha o una chilindrina.

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Y así, en medio de la oscuridad de la noche, porque hasta la luz se fue a esconder del miedo, los chilangos ven pasar el sismo y abren el baúl de los recuerdos. No falta quien, como en reunión de campamento, se sienta a relatar temblores de otras épocas, cuando se cayó el Ángel de la Independencia en 1957, o cuando la ciudad de volvió una mole aplastada en 1985.

Alarma sísmica, el anuncio del desastre

Esta enorme ciudad sabe de temblores mejor que ninguna otra, el recuerdo de tragedias mayores siempre está en la mente de los capitalinos y les permite, casi por instinto de supervivencia, salir corriendo al primer movimiento, aunque no encuentren la chancla, estén encuerados o tengan los frijoles en la estufa.

Un rato después, se termina el show nocturno, uno a uno, cada chilango va regresando a su respectivo huevo-aposento-mansión posmoderna de 45 metros cuadrados, que comparte con el primo, la suegra y el abuelito tuberculoso.

Todos regresan, pero nadie olvida que allá abajo, la Tierra sigue viva y en cualquier momento puede volver a temblar.

@CronicaMexicana