Tiempo de vals

“Tiempo de vals, un, dos, tres, un, dos, tres”, dice la letra que hiciera famosa, en 1990, el cantante puertorriqueño Chayanne, y que desde entonces sería emblema de una tradición mexicana: los 15 años. Flacas o regordetas, jirafonas o enanas, graciosas o sin chiste, todas las muchachas mexicanas esperan con ansia el día de sus quince años, las 15 primaveras, en que serán presentadas como señoritas a la sociedad, en espera de un meloso príncipe de color azul pastel, que las lleve a cumplir su sueño de amor.

Está inserto en la cultura mexicana, se lleva todavía en la sangre nacional, y es una costumbre que da estatus, hasta en los niveles más paupérrimos. Los quince años son el primer gran evento de toda jovencita, con todo lo que ello implica. No está muy claro, por qué sigue siendo una cuestión de nivel social, el hecho de cerrar la calle para poner unas mesas, alimentar a un montón de gorrones, y que al final la quinceañera reciba como presente, nada más y nada menos que cuatro lujosos rollos de papel de baño de marca libre. Sin embargo, sigue considerándose una obligación, al menos en núcleos sociales populares.

Pero esas son minucias, lo más importante es cumplir la tradición, y que la adolescente en flor pueda disfrutar de su presentación ante el mundo, o aunque sea ante la colonia que la vio convertirse, de una mocosa malcriada, en una chamaca puberta y llena de granos.

Este es un evento que lleva meses de preparación: elegir el vestido, los colores, adornos y centros de mesa comprados en La Merced, el pastel de tres leches, el peinado mandado a hacer en la estética “Mari”, y el arroz con mole, que comerán los tragaldabas invitados y los respectivos colados.

Luego, elegir el salón, si es que el recurso alcanza, si no la festejada habrá de conformarse con cerrar la calle y poner unas mesas, un inflable y el “Sonido Láser de DJ Ramona”, que amenizará la velada. Dejar invitaciones a sus amigas de la secundaria, a los vecinos, a los tíos lejanos, y a las chismosas de la cuadra, para que se mueran de envidia. Está todo listo.

Al llegar el gran día, la muchachita en cuestión visitará la estética, para hacerse un peinado especial, manicure, pedicure, y hasta depilación de bikini para que todos los invitados la tomen en serio como adulto. Se adornará con su preciado vestido, comprado a meses sin intereses, y utilizará unos tacones, que más bien la harán ver como pollo espinado, pero que albergan la esperanza de hacerla pasar por una mujer mayor.

Ya después de aguantar una larga ceremonia religiosa en la Iglesia, donde los orgullosos padres han de llevar a su capullo, para que sea bendecida por todos los santos, ángeles, arcángeles, chamanes, brujas y productos del marketing piadoso, todos los invitados recibirán, como pago, el poder asistir a la fiesta, paquete que incluye boleto, saludo de la quinceañera, plato con arroz, mole, un pedazo de pastel, gelatina de mosaico y un vaso de agua de Jamaica para bajarse el bocado. Y su respectivo centro de mesa, que no podrá dejar de adornar la sala de cada uno de los asistentes.

Quince años ¡Tiempo de fiestas!

Y llegará entonces el tiempo de vals, un momento aguardado por muchas y heredado de generaciones atrás, donde la muchachita bailará, con todos y cada uno de los invitados a la fiesta, los chambelanes, los padres, los abuelos, los tíos, los primos, los hermanos, los amigos, los amigos de los amigos y los meseros, hasta que esté a punto del desmayo, y se le hinchen los pies como tortas de tamal.

Pasarán luego otros bailes, a elección de la festejada, entre clásicos, rock, o reggaetón, perreo intenso, el baile de la Influenza, o el de un tal Peter la Anguila, a saber qué tan modernizada se encuentre la joven en cuestión. Y todos los invitados bailarán dejando el glamour atrás, con los peinados desechos, manchas de mole en las camisas y maquillajes corridos por el sudor.

Al final, sólo quedará recoger los despojos de la fiesta, los chicles pegados en las mesas, levantar a los borrachos, y pagar las deudas por los próximos dos o tres años, mientras la quinceañera niña, guarda en el clóset su vestido y sale a la calle convertida en mujer.

Valeria Lira

@MoiraBoicot