Tus papás también fueron niños

Ser adulto

Antes de ser maestros, policías, ingenieros, médicos, abogados o papás, todos fueron niños una vez y vivieron un mundo que ya no existe. ¿Te imaginas cerrar los ojos hoy y despertar mañana siendo quién-sabe-quién, con hijos, responsabilidades, deudas y dolor de espalda? Así es ser adulto.

Crecer y convertirse en adulto es, en la mayoría de los casos, un estrellazo constante contra la pared, es entender que la vida no es tan sencilla, que hay dolores que nunca se van, rencores que no se borran y sueños que, probablemente, no se cumplirán. Porque ser adulto también es entender que no puedes tenerlo todo.

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Pero a todo eso, ¿cómo habrán sido tus papás de niños?, ¿te imaginas el estado de sus mentes cuando a los 10 años querían ser astronautas, pilotos, bomberos o bailarinas?

Dicen que infancia es destino, y mucho del comportamiento de los adultos habla de cómo vivieron su niñez, si tuvieron cariño, atención, escuela o contención, en los momentos más complicados. O por el contrario, si sus primeros años fueron duros, entonces quizá formaron enormes caparazones que no pudieron deshacer, ni siquiera cuando se volvieron papás.

Crecer y ser adulto también lleva un proceso de juicio, juzgas a tus padres por lo que no te dieron y por lo que te dieron, porque no fueron lo que tú querías, porque te obligaron o no, porque estuvieron o no. Pero no terminamos de comprender que cada uno es víctima de su propia circunstancia, y en pleno siglo XXI, estamos acostumbrados a padecer toda la vida nuestras carencias emocionales.

Ser adulto y el encuentro con la realidad

El mundo real no es como en las películas, y ser niño casi nunca es cuestión de hablarle al genio de la lámpara maravillosa para que te saque de un problema. Algunas veces –muchas– la infancia es una larga serie de patadas en el trasero, patadas que quizá tu mamá y tu papá recibieron, que luego recibiste tú y que quizá tus hijos también recibirán, porque eso forja el carácter y da valor para salir a la vida, aunque duela.

Pero qué pasaría si un día, caminando por la calle, encontraras a tu mamá, de cinco años, llorando porque en su casa no hay comida, porque tu abuelo le pegó o porque se le perdió su domingo.

¿Qué haríamos todos si pudiéramos ver en retrospectiva que nuestros padres sólo son niños pequeños, que se pusieron el disfraz de adultos y jugaron a la vida? Y peor aún, ahora tú estás jugando también y algunas veces, muchas, te sientes vulnerable, lloras, azotas tu cabeza en la pared y quieres regresarte a la casa donde vivías de niño, comer postre, ver caricaturas y dormir hasta tarde, pensando que crecer ha sido sólo un mal sueño.

Abrazar a tus padres, luego de comprender quiénes fueron, es abrazar a los niños cuyos sueños fueron rotos por la ilusión de la adultez, aquellos humanitos cuyo corazón late, únicamente por las ganas de ver salir el sol, comer chocolate, jugar a la pelota y cantar.

@CronicaMexicana