En el nombre del cielo, os pido piñatas

Cuenta la leyenda que a más de uno le han roto la cabeza en medio de algunas piñatas, ya sea porque se le quebró la olla de barro en plena frente o porque al golpeador en turno se le rompió el palo. Y si sabes de qué hablamos, entenderás que cualquier fecha del año es buena para romper una piñata, si estás en México. No importa si es de olla, de cartón o más moderna, de globo o de periódico, todas van rellenas, según la temporada, de dulces, de juguetes, de fruta, de bromas, de cantos o de ilusión, y representan un poco a ese niño eterno que todos llevamos dentro.

Puede decirse que esta es una tradición que sigue vigente, desde hace cientos de años, frente a muchas otras que se perdieron o se olvidaron, por dar lugar a nuevas prácticas.

Viendo hacia atrás, la costumbre de las piñatas se originó en Europa como un regalo hacia los obreros, empleados o trabajadores, de parte de sus patrones. Con la conquista española, en América este rito de fiesta se heredó a los nativos, quienes la convirtieron en la tradición mexicana que hoy conocemos, con todo y las canciones que lo acompañan, hoy dirigido más a los niños que a los adultos.

Actualmente, en casi todo el mundo, se utiliza esta costumbre durante las fiestas y es atribuida a los mexicanos, de ahí que la piñata se haya vuelto un símbolo nacional que representa al país ante otras culturas. Incluso la televisión, el cine y la publicidad, en general, la utilizan cuando se refieren a México.

Piñatas, no hay fiesta sin ellas

Y las formas de las piñatas también varían, desde las clásicas de picos que tienen una explicación religiosa, hasta las de moda con forma de caricaturas o personajes de televisión. También las hay para adultos, con forma de bailarinas exóticas o de hombres sensuales en tanga. Existen para todos los gustos, posibilidades económicas, creencias y edades.

La temporada en la que son más requeridas las piñatas es la Navidad, debido a que son parte esencial de las posadas. Muchos niños –y no tan niños– se aguantan los rezos, los cantos y la peregrinación obligada, con tal de llegar al momento de romper la piñata, aplastar a los vecinos, a los primos y a los hermanos, y robarle sus dulces a los más pequeños. Es el momento del gandallismo en su máxima expresión, la ley del más fuerte o del más aventado.

Y si se te rompe en la cabeza, no hay más que sobarte y seguir cantando, porque la piñata no se acaba hasta que se reparten los pedazos, y lo único que queda son los tamarindos aplastados en el suelo.

Valeria Lira