Es martes y son las nueve de la noche, en plena Ciudad de México. Abordan el transporte público dos de los llamados “chavos banda”, esos que se caracterizan por sus pantalones flojos, las cadenas en el pecho y un montón de tatuajes en los brazos. Con esa imagen cualquiera se intimida, sin embargo, lejos de lo que se podría pensar, esos dos sacan dulces de una bolsa y los venden a dos por diez pesos. Ya es la última ronda, terminan y se sientan en el asiento trasero a contar la ganancia del día, la reparten por igual y se prometen salir temprano a la mañana siguiente, a seguir vendiendo y vencer la precariedad que viven.
Es difícil averiguar cómo terminaron en esa situación, pero la historia no debe ser tan diferente a la de millones de mexicanos, que a diario salen a buscar la oportunidad del pan y prácticamente la inventan, en un país donde el acceso al desarrollo es sumamente limitado.
Pese a que la educación superior es gratuita en México, no todos pueden entrar, y de los que entran, no todos logran terminar. Ya de los que logran terminar una carrera universitaria, un número aún menor logra conseguir un empleo medianamente bien remunerado para satisfacer sus necesidades. El resto, como los vendedores del transporte público, van por ahí sorteando las dificultades con creatividad, inventando negocios, recurriendo a la economía informal para comprar y vender.
Precariedad social y el sobrevivir al día día
México no es un país que, al menos a nivel institucional, genere oportunidades para sus ciudadanos. Lo interesante del caso es que los mexicanos, ante esta ausencia de posibilidades de crecimiento, generan sus propias oportunidades y crean mercados alternos para tener y crear empleos con las condiciones que requieren.
Se sabe que para acceder a las oportunidades en México, uno de los primeros factores que influyen, es el sector social donde se nace. Mientras más popular el medio, menos oportunidades de crecimiento, menor acceso a servicios de calidad como salud y educación, y por tanto, más dificultades para competir en el mercado académico y laboral.
Claro que, dado el estado del país, nacer en una familia de sector social elevado tampoco garantiza obtener un buen empleo o un futuro prometedor. Incluso en esas esferas también hay quienes tienen que ingeniárselas para satisfacer sus necesidades.
El juego de las oportunidades es aquel que todos los mexicanos realizan a diario, aunque con sus variantes y distintos estratos económicos, pero siempre en una especie de carrera loca contra el subdesarrollo y la miseria.