A veces parece que México es el lugar más horrible sobre la tierra. Hay delincuencia, corrupción, contaminación y un montón de deficiencias, y más de uno desearía vivir en cualquier otro lugar que no fuera este país de pesadilla. Es irónico que, pese a eso, este mismo sitio sea el lugar que eligen cada año miles de inmigrantes, provenientes de todas partes del planeta, para hacer una nueva vida y comenzar desde cero.
Nosotros, mexicanos residentes, no pensaríamos eso, pero hay quienes en sus propios países la pasan realmente mal; hay muchos otros lugares donde la gente mataría por poder escapar y venir a vivir aquí.
Haitianos, sirios, venezolanos, cubanos, guatemaltecos, hondureños y hasta africanos vienen a México por miles, muchos buscando pasar a Estados Unidos, pero muchos otros con la intención de encontrar mejores condiciones de vida, trabajo, educación y desarrollo en este territorio, sin otra intención que trabajar y hacer sus sueños realidad.
Todos esos países enfrentan crisis políticas y humanitarias que en México ni siquiera podemos imaginar, y miles de personas abandonan todo y salen a buscar sitios como este, indagan oportunidades para seguir viviendo y esperan solamente hacerla, hacerla bien.
Aunque claro, algo que casi nadie dice es que los mismos mexicanos, que aseguran odiar su país, también son capaces de discriminar a quienes tengan otro origen. Datos del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) afirman que, siete de cada diez mexicanos discriminan a los migrantes, sobre todo si son centroamericanos por creer que sólo son delincuentes, drogadictos y extorsionadores.
Inmigrantes, los no queridos
Por otro lado, cada año, casi 200 mil extranjeros son deportados desde aquí a sus países de origen, debido a que entran de manera ilegal o cometen actos que son causa inmediata de repatriación.
En algún punto de la historia, las fronteras se inventaron como un instrumento político que dio soberanía a los países, estableció cotos de poder y marcó diferencias raciales. Por desgracia, esas fronteras físicas se nos pasaron a la cabeza, y al menos en México, no parecemos entender que todos, sin importar el país donde hayamos nacido, somos seres humanos con derecho a una vida digna.
México basa su economía en las remesas de quienes siendo mexicanos trabajan en Estados Unidos; ¿por qué no podemos aceptar que otros vengan a hacer el “sueño mexicano”, como nosotros queremos hacer el “sueño americano? Y mejor aún, ¿quién dice que México no es un sueño?