Esta es una historia que se repite, año con año, en la zona metropolitana, desde hace ya algunas décadas; al punto que es un hecho común y aceptado –por supuesto, con resignación– por las personas afectadas. Pero, ¿por qué nos pasa esto a nosotr@s? Las diferentes configuraciones de las instalaciones del metro; subterráneas, a nivel, y elevadas, repercuten positiva o negativamente sobre su entorno, la ciudad y sus habitantes. A continuación, lo ponemos un poco más claro est desigualdad:
A grandes rasgos, las instalaciones subterráneas requieren una mayor inversión que el resto de las configuraciones –esto por lo complejo que puede llegar a ser crear túneles, dados los diferentes tipos de terreno–, por el contrario, las construidas a nivel y elevadas, son relativamente más baratas. Esta discrepancia en inversión, se traduce automáticamente en los efectos que tienen las mismas obras sobre la ciudad; ¿cómo, o qué?
Las instalaciones subterráneas tienen un menor efecto sobre el espacio en la superficie ya que están prácticamente aisladas de éste; las modificaciones al espacio público son mínimas. En cambio, las instalaciones a nivel y elevadas tienen grandes y significativos impactos negativos, en el espacio público, esto, porque la infraestructura superficial se vuelve –y comporta– como enormes barreras urbanas, que dividen colonias, barrios y secciones enteras de una ciudad, e inevitablemente “matan” la vida en las calles e imposibilitan lazos sociales. Por ejemplo, los tramos elevados, además de representar éstas barreras urbanas, convierten los espacios en difícil acceso, mantenimiento, vigilancia y exceso de ruido.
Todos estos efectos, positivos en instalaciones subterráneas y mayormente negativos en elevadas y a nivel, son transmitidos –y reflejados en– a los habitantes que las rodean.
Con esto podemos darnos cuenta que, el tipo de instalaciones son por sí mismas, origen y causa de impactos desiguales, así que, ¿por qué no cuestionar el tipo de infraestructura que se diseña y construye en cada parte de la ciudad?
Desigualdad: PONIENDO LAS CARTAS SOBRE LA MESA
La infraestructura del Sistema de Transporte Colectivo Metro, de la Ciudad de México está conformada en 13% por estaciones elevadas, 58% subterráneas y 29% a nivel.
Comparando con indicadores de nivel de ingresos o de marginación, nos damos cuenta que el 96% de las estaciones localizadas en una zona con nivel socioeconómico alto (AB), son subterráneas. Y aunque el resto de las estaciones subterráneas se encuentran en zonas de diversos niveles socioeconómicos, no hay alguna, en lugares de marginación urbana alta, ni muy alta.
En tramos elevados, el 80% se encuentra en zonas de ingresos medios (C), que también representa el 96%, en sitios con marginación urbana baja y media.
Mientras que los tramos a nivel, se ubican en lugares de ingresos medios a bajos (C a D); el 77% en sitios con marginación urbana, media y alta.
Es claramente apreciable la tendencia de concentración de los tramos elevados y a nivel, al oriente de la ciudad, coincidiendo(?) con que, es la zona en donde se ubica una gran población de bajos ingresos, y la marginación urbana más alta de nuestra ciudad.
No es difícil ni una falacia inferir, entonces, que las instalaciones del metro de ésta ciudad son un determinante factor de inequidad.
La pregunta obligada ahora es: ¿de dónde deviene o el porqué, de esta distribución en la infraestructura del metro (y la ciudad)?