Esta canción del grupo El Haragán, cuenta una historia que se repite a diario en los círculos de pobreza; la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) señala que más de 30 mil niños y jóvenes mexicanos, trabajan hoy en día para la delincuencia, en alguno de sus múltiples niveles.
Él no lo mató, fue el medio, sus padres, sus amigos, la necesidad, sus ansias, qué sé yo…
Pero a todo esto, ¿qué tan fácil es cometer un delito en el México del siglo XXI? La respuesta la saben casi todos lo que aquí viven: cada vez más sencillo, sin consecuencias y en correspondencia a un sistema judicial inoperante. De ahí que en los sectores más desprotegidos, y en los que priva la ignorancia, el crimen sea la única salida desde los primeros años de vida.
La progresiva descomposición que corroe a la sociedad mexicana, aunada al quiebre de las instituciones públicas, que no protegen a los ciudadanos, no los proveen de servicios dignos y tampoco hacen valer la ley en ningún sentido.
Además del crimen a gran escala, como es el caso del narcotráfico, en los últimos 25 años la delincuencia callejera ha crecido a niveles impresionantes y en prácticamente todas las entidades del país, pero alimentada –en primer– lugar por el abandono de masas enormes de jóvenes sin educación, sin vocación y sin oportunidades educativas y laborales.
Nacer en un medio popular en este país es casi una condena. Sin servicios de salud básicos, con escuelas deficientes y programas educativos mediocres, en entornos violentos, descompuestos, faltos de orientación adecuada, pero sobre todo, con una ausencia total de dignidad, casi nadie que haya nacido ahí logra salir y conseguir una vida mejor.
De lo anterior, se desprende que el abismo entre pobres y ricos cada vez sea mayor, pues los primeros tienen cada vez menos oportunidades para mejorar su calidad de vida, mientras los segundos tienen muchas más facilidades, únicamente por estar de ese lado.
El Haragán, retrato de la cotidianidad
Esas masas populares son las que alimentan a la delincuencia en México, ante la desesperación por la falta de empleos, sin lugares en las universidades públicas, y con necesidades básicas que requieren ser cubiertas cada día, así sea a punta de pistola.
Podríamos decir que hoy en día la sociedad mexicana vive una especie de ley del más fuerte, y sólo aquellos que utilicen su fuerza, por encima de cualquier convención social, sobrevivirán.
Lo que vemos hoy en periódicos y noticieros de televisión, no es otra cosa que la consecuencia de haber abandonado a los jóvenes mexicanos, haberles negado oportunidades de crecimiento y haber generado verdaderos agujeros de abandono, desolación y resentimiento social.