Nadie se viste mejor que los chilangos cuando se trata de ir de vacaciones. Como un intento por imitar el american way of life, se disfrazan hasta con el perico, cargan las ollas, los mandiles y hasta el altar a la virgen, por aquello de la buena suerte. Así son los turistas chilangos.
Un turista chilango promedio aprovecha cualquier día feriado, puente vacacional y lo que surja para escapar de la caótica Ciudad de México, intentando con ello romper la rutina que los asfixia, y transformarse en un viajero de lujo, aunque sea sólo por un par de días.
Cualquier centro vacacional cercano a la CDMX, está lleno de esta rara clase de especímenes en un día no laboral. Se les identifica porque cargan con maletas enormes, como si fueran de vacaciones durante un mes, y llevan hasta el aceite de cocina para freírse al sol.
Además, la mayoría carga con un menú completo que incluye cacahuates, refrescos de marca libre de tres litros, tortas de huevo y una olla enorme de arroz. Si algo es seguro es que nadie se quedará con hambre. Por supuesto que si te los encuentras, te ofrecerán un taco y podrías quedarte hasta la cena.
Turistas chilangos, un espécimen único
Las vacaciones son el pretexto, lo que el turista chilango más desea es sumergirse en las calmadas y turbias aguas del primer balneario que se le aparezca en la carretera. Ahí, en medio de un ambiente de fiesta familiar, podrá por fin tender sus carnes al sol, sacar su elegante bañador de palmeritas o de piñitas, y ataviarse elegantemente con una gorra de natación y unos goggles, cual Michael Phelps, cuando ganó todas las medallas de oro en las olimpiadas.
Claro, habrá que recordar que este turista chilango no sabe nadar, las únicas aguas que conoce son las de limón con chía, y su único chapoteadero son las fuentes de la Alameda Central. Pero no importa, porque de todos modos aprovechará esta salida para lucir su cuerpo escultural (monumento a la garnacha, por supuesto) y utilizar su tan codiciado flotador con forma de dona, útil para apantallar a cualquiera.
Tampoco puede faltar la indispensable bocina, aparato receptor de los ritmos más populosos, gracias a la cual todos los visitantes podrán escuchar la música favorita de nuestro chilango, una lista que incluye canciones para llorar, para cortarse las venas con galletas María, algo de perreo y arrimón de camarón, para que nadie se quede con las ganas.
Así, al ritmo de “La Chacalosa” o “Juanita Banana y su banda”, ni las abuelitas se quedan con las ganas de mover el bote, aunque sea en la alberca de olas, y porque se están ahogando.