Le voltearon el tragamaiz pa’l cielo, le rompieron el hocico, le dieron con la chancla o le rompieron la escoba en el lomo. Hace algunas décadas, en México había múltiples y variadas maneras de decir que tu mamá te había dado una paliza por portarte mal. Pero como todo los métodos de crianza han cambiado.
Hoy, en la era de lo “políticamente correcto”, ya no está bien visto pegarle a los niños, ni siquiera levantarles la mano porque todo está considerado como maltrato y causa de traumas eternos.
Irónicamente, en esta época en la que tanto se defienden los derechos de la infancia y se sataniza a los padres, los valores civiles no parecen ir hacia arriba. Ahora las personas son peores ciudadanos, han olvidado las reglas más básicas de comportamiento, y van por ahí relacionándose de manera violenta, hostil y sin el mínimo respeto por los demás.
No se justifica la violencia en ningún sentido, pero sí cabe preguntarnos: ¿por qué, si ahora los niños y jóvenes se forman con métodos novedosos, no tienen los mismos valores que antes cuando el mejor educador era una mano marcada en el trasero?
Antes no había teorías sobre cómo educar hijos, las personas hacían lo que podían y evidentemente, seguir su instinto resultaba muy efectivo en la mayoría de los casos. Mal o bien, muchas generaciones de mexicanos crecieron al abrigo de la chancla, ellos se convirtieron en ciudadanos útiles y honestos, o al menos en criaturas menos retorcidas que las que hoy llevan en sus manos el mundo.
Crianza en el siglo XXI
El caso de los millennials es el ejemplo perfecto de la deconstrucción formativa que sufrimos hoy. Se sabe que estos jóvenes, nacidos entre la década de los 80 e inicios de los 90, fueron víctimas de las extrañas intenciones de unos padres que se creían modernos.
En un intento por darles una educación distinta y una vida más cómoda, estos jóvenes tuvieron todo a la mano, sin conocer el significado del esfuerzo o las consecuencias de sus actos.
Este fenómeno de niños consentidos, resultó en una generación parasitaria que, sin importar su grado educativo o nivel socioeconómico, hoy por hoy no logra tener propósito alguno en la vida; tienen más de 25 años y aún viven en casa de sus padres, no logran conservar un empleo estable ni ingresos significativos, y desconocen totalmente la responsabilidad.
Si les hubieran volteado el tragamaiz pa’l cielo un par de veces, quizá esta generación de inútiles, hoy tendría en sus manos el futuro del país, siendo un motor y no una carga social.
Habrá que ver qué nos espera en las siguientes décadas, con generaciones educadas bajo los preceptos del celular, y cuyos límites revientan sobre una pantalla.