No hay un momento de la niñez que un adulto recuerde con más anhelo, que aquel en que sonaba la campana de salida, el último día de clases. Esos gloriosos diez segundos, se convertían en el anuncio de la anarquía, la hora sin ley, el momento de tirar los libros por la ventana y a la maestra por las escaleras, volver a reinar en las calles, los parques, los sillones y las camas. Largas semanas esperaban para el regreso a clases.
Al menos en México, sí hubo un tiempo en que las vacaciones parecían tan largas que, como niño, te olvidabas cómo escribir o dónde quedaba tu escuela. Un hermoso quiebre con la rutina, que te permitía mantener viva tu alma infantil, luego de meses enteros de hacer planas de caligrafía y ver las tablas de multiplicar hasta en la sopa. Hasta se te olvidaba tu nombre.
Y ya, luego de una eternidad de poner al mundo de cabeza, llegaba el último día de vacaciones. Otra vez al horror de despertarte antes que el sol, correr para que no te cerraran la puerta, temer porque la maestra nueva fuera una psicópata y esconderte de los gandayas entre los botes de basura. ¡Bienvenida rutina!
No había entonces nada peor que el último día de vacaciones. Ver cómo las horas pasaban rápido, tener que forrar y forrar libros, como si no hubiera un mañana, las compras de pánico y el sol, que rápidamente se ocultaba, para decir que, otro año escolar estaba esperando.
Por alguna extraña razón de ineficiencia educativa, actualmente las vacaciones de los niños mexicanos duran algo así como un mes; apenas están olvidando el horror de la escuela y ya tienen que regresar, ¡qué clase de infancia suicida y tendiente a la depresión maniaca es esa!
No es verdad que hubiera algún niño contento por volver a la escuela. Otra vez levantarse temprano, acostarse más temprano aún, hacer la tarea, pasar el examen, comerse la torta, llevar un reporte de mala conducta, y hasta hacérsela chillona a la maestra para no reprobar.
Regreso a clases, el fin del paraíso
En la primaria, las vacaciones son un paraíso eterno que dura unos meses, en la secundaria son lo que dura un respiro, en la prepa ni existen, porque hay que hacer extras, y en la universidad son el recuerdo constante de una crisis existencial, porque no sabes qué vas a hacer con tu vida.
Y no, al volverte un adulto no fue más divertido; tampoco tienes muchas vacaciones, pero siempre te puedes burlar de los más chicos, porque al menos a ti te pagan por aguantar al jefe, mientras que a ellos nadie les da ni un centavo por soportar a la maestra, y pasarse el día haciendo tareas.
Más de 25 millones de mexicanitos, están registrados en el sistema de educación básica del país, una significativa parte de la población que se está formando, o malformando, en las aulas.
Seguramente, si tienes hijos, el ver llegar el primer día de clases es gratificante: durante unas horas alguien más se va a hacer cargo, y tú puedes fingir que no tienes hijos, que no limpias mocos, que no hueles a leche rancia y que, por supuesto, duermes plácidamente toda la noche.
Valeria Lira