La culpa, el pecado, la penitencia y el infierno, la mayoría de los mexicanos crecieron con esos conceptos metidos hasta en la sopa.
Cuando eras niño tenías que hincarte a rezar al pie de la cama, todas las noches, con tal de que el diablo no te jalara los pies por haber hecho travesuras; al llegar a la adolescencia corrías a la iglesia sin que nadie te viera, todo para pedir perdón por tu mente cochambrosa, andar pensando en darle besitos a la vecina y otras mugres peores; y ya como adulto nada más le rezas a Dios para que no te mande matar, por mentar madres en el tránsito todas las mañanas, tirar basura en la calle y hacerte tonto con la propina de los meseros.
No importa cuántos pecados tengas en la bolsa, porque siempre llegará el domingo para que te laves la culpa.
Los domingos de los mexicanos son un día especial, dedicados justamente a la tarea de tirar los pecados por el escusado y jalarle a la cadena, para iniciar la semana con la conciencia reluciente.
Hay que pararse en cualquier avenida de la Ciudad de México en un domingo común, antes de las diez de la mañana. El desfile de cristianos comienza a llenar las calles, se escuchan muy alegres las mentadas de madre, porque todos quieren pasar, llegar primero a la famosa: “casa del señor”.
Será más bien que a todos les urge ir a dejar con “el señor” las culpas de todas las cosas que hicieron en la semana. Y ese famoso señor, supuestamente les regala, a cambio siete días más de vida, unas alas y hasta unas pompas de querubín, cuando lleguen al cielo.
Es verdad que los creyentes mexicanos, en ese intento de tragarse su escenario de plástico, se imaginan a sí mismos en un cielo azul de nubes, volando encuerados y tocando el jarabe tapatío en el arpa, ¡cuánto talento!
Pararse a la puerta de una iglesia en domingo, es ver una escena particular. Todos: hombres, mujeres, niños, ancianos y adolescentes calenturientos, se apresuran a entrar, antes de que toque la campana, cualquiera diría que ahí regalan chilaquiles para la cruda de la noche anterior.
Culpa que se limpia cada domingo
Como es domingo familiar, los padres y las madres se sientan juntos, hasta se agarran de la mano para pintar mejor el cuadro, eso aunque, de lunes a sábado, se la pasaron agarrados, pero de las greñas y se dieron hasta con el sartén. Todo eso no importa porque ya llegaron hasta la iglesia, se soportaron todo el camino desde casa y van a estar una larga hora juntos, calentando la banca, y por eso diosito los va a perdonar.
Los mexicanos son expertos en lavar culpas, por eso les encanta poner iglesias en cada esquina y hasta presumen de dar dinero para que las construyan, se ponen a disposición para hacer colectas, y organizan una carrera improvisada, cada que llega la hora de confesarse, no vaya a ser que el sacerdote se aburra de oír, y se muera antes de darles el perdón celestial.
Y ni qué decir de sus famosos milagros, los mexicanos se agarran de cualquier pretexto para inventar apariciones divinas, encuentros cercanos para justificar su “enorme” devoción, que no es otra cosa que miedo a sus propias conciencias.
Y ya luego, al salir de la iglesia, y sintiéndose casi ángeles, recurren a la lástima para creerse que son enviados del señor. Aprovechan y despilfarran dos pesos más, para darle una recompensa alegre, al señor que cuida los coches.
Se termina la misa y todos pueden salir sintiendo que vaciaron sus intestinos de mugre, culpa y estupidez, listos para iniciar la semana desde cero y cargarle nuevas piedras a su costal, porque diosito ya les dio de nalgadas.