Mario Pani, uno de los grandes arquitectos que ha dado México, estaría hoy retorciéndose en su sepulcro si viera lo que hemos hecho con las construcciones de la Ciudad de México en los últimos 30 años, en un intento de supuesta vanguardia construccionista, que más bien nos hunde en el rezago.
El DF ha vivido, desde tiempos remotos, distintas épocas de esplendor en su estructura y organización arquitectónica. Desde la era prehispánica, en la que la ciudad se regía por grandes canales de agua, que comunicaban y eran importantes vías de comercio, pasando por el régimen de Porfirio Díaz y el afrancesamiento de la ciudad, tiempo del que se desprende nada más y nada menos que el icónico Palacio de Bellas Artes, y siguiendo con un tiempo en el que se pretendió modernizar la capital a través de los multifamiliares, un proyecto claroscuro que, si bien funcionó en su momento, también trajo grandes controversias.
En 1947, la colonia Del Valle vio nacer en sus calles el Multifamiliar Miguel Alemán, un proyecto no sólo habitacional, sino también social y poblacional que pretendía dar hogar con calidad de vida a la clase media del DF. Cuentan, quienes entonces lo conocieron, que aquellos edificios eran un oasis en medio del caos citadino, con escuelas, guarderías, jardines, albercas y centros deportivos que los vecinos compartían. Era el sueño clasemediero hecho realidad y de ese sueño, dicen, nacieron grandes deportistas orgullosos de haber crecido en esta ciudad. Hoy día aquella unidad aún existe, pero ya sólo queda el esqueleto de lo que fue; un pozo vacío recuerda las tardes en la alberca, y sus jardines son basura y rayones en las paredes.
Más tarde, en el año 1960, en la delegación Cuauhtémoc surgió otro proyecto arquitectónico de grandes dimensiones y a cargo del mismo Pani, la Unidad Habitacional Nonoalco-Tlatelolco, un conjunto de 15 manzanas que albergaban mil departamentos, diferenciados entre clase popular, media baja y media, que buscaba principalmente dar vivienda a quienes habitaban en los cinturones de miseria de esta capital.
Y fue en ese sitio, hoy aún existente, donde sucedieron importantes cosas que modificaron el rumbo del país. En 1968 la muy recordada matanza de estudiantes, en la Plaza de las Tres Culturas, y en 1985 el terremoto que se llevó 800 edificios del DF y la vida de más de 30 mil personas.
Aquel gran desastre natural resultó, no sólo de la fuerza de la tierra, también de años de una arquitectura rota, corrupta, regenteada por debajo de la mesa, que dio miles de hogares sostenidos con los materiales más baratos, y sin la supervisión debida. El Centro, la colonia Roma, la colonia Juárez, la Condesa, Tlatelolco, la Obrera, Morelos, Narvarte, Benito Juárez y decenas más de sitios del DF, se transformaron al perder las construcciones que albergaban.
De aquél gran temblor queda el recuerdo que no sirve para nada, porque aquí en la Ciudad de México, se siguen cometiendo los mismos errores y el camino hacia otra gran tragedia está puesto.
Desde hace unos 10 años, hay en el DF un boom inmobiliario que está derrumbando casas antiguas para poner en su lugar grandes edificios de departamentos. Por casi todas las colonias se ven levantar, de un día para otro, monstruos habitacionales con las mismas características: se venden como conjuntos de lujo, con áreas recreativas, gimnasio y vigilancia, pero tienen dimensiones más pequeñas que cualquier desarrollo inmobiliario de interés social en el Estado de México. El objetivo es vender más departamentos, en poco espacio, y a precios estratosféricos, engañando a la autoridad con un uso de suelo distinto al permitido.
Mario Pani y la ciudad que no fue
Durante las actividades por los treinta años de los sismos de 1985, en septiembre del 2015, el arquitecto Iván Salcido presentó un estudio sobre la arquitectura del DF y su alteración luego de la tragedia. Y entonces, él mismo denunció que, hoy día, no se están tomando precauciones en el crecimiento urbano y arquitectónico, e incluso se construyen obras sin ningún fundamento en la ingeniería civil, y que podrían poner en peligro a los habitantes.
Parece que aquí no hemos aprendido nada. Cada vez hay más edificios donde había casas, es decir, donde vivieron cuatro o cinco, hoy viven 400 o 500 personas, con el consecuente uso de servicios como agua, luz, recolección de basura, estacionamientos, vialidad, seguridad, y eso sin hablar de las implicaciones sociales de vivir hacinados en esta capital. Y en lugar de crecer hacia el progreso, el DF decrece, cada vez más tráfico, servicios más saturados y deficientes, degradación social, violencia, basura en las calles, atención insuficiente y menos calidad de vida.
Y todo lo que un día soñaron personas como Mario Pani, de vivir en una orbe moderna, rápida, eficiente, con calidad de vida, se resume en los grandes y grises embotellamientos que hoy esclavizan a todos los chilangos. Puede recorrerse el Segundo Piso, tranquilamente, a vuelta de rueda, al medio día de un lunes común, y mirar de lejos durante dos horas cómo creció la mancha voraz de la ciudad hacia el norte, hacia el sur, hacia el centro, mientras uno sigue ahí atrapado, mirándole el escape al carro de adelante.