Unos lo tuvieron, otros lo extrañaron, unos cuantos más lo odiaron y otros simplemente se lo imaginaron. No todos tuvieron la suerte o la desgracia de tener un papá, sin embargo, la idea existe en la mente de todos, porque así nos lo enseño esta cultura binaria, machista y de roles. La paternidad también debería cambiar.
No importa si tuviste la mejor madre del mundo, porque te dijeron que tener un papá siempre te iba a hacer falta.
Así como las mujeres son monumento al sacrificio en la cultura mexicana, los hombres también están predestinados a ser estatuas de hierro, seres casi inanimados que no deben mostrar sentimiento alguno ante las cosas de la vida.
Los mexicanos somos como muñecos, nacemos en cajas y seguimos instructivos, nos damos cuerda unos a otras, para andar por la vida sin romper el molde para el que fuimos construidos.
Así, los hombres mexicanos suelen ser educados para ser machos sin sentimientos, mortales callados que sufren en silencio, y son castigados cuando les sale algún signo de expresión que amenace su virilidad.
Casi todos crecimos pensando que papá era un héroe, el único autorizado para espantar los demonios, sacar las arañas y jugar al fútbol con nosotros. Eso en una percepción muy inocente de la vida, y antes de entender que él no era más que un simple mortal.
Paternidad, nuestra concepción al crecer
Cuando dejas de ser un niño y se te viene la adolescencia encima, el molde que tenías sobre tu papá suele romperse en mil pedazos; él ya no es tan inteligente, ya no es perfecto y hasta puede que esté equivocado respecto a todo lo que siempre dijo. Y como vivimos en una cultura donde los sentimientos son malos, ni él ni nosotros somos capaces de hablar, establecer acuerdos o pedir perdón, por las cosas que hicimos mal.
Parte de crecer y madurar, es entender que los padres, ambos, son simples y sencillos seres humanos que se ven obligados a crecerse y aparentar que todo lo pueden cuando se trata de sus hijos. Y ya con el paso de los años, el correr de la vida nos hace entender que ellos también son víctimas de la naturaleza, envejecen, se enferman, se entristecen y hasta empiezan a olvidar, cuando se acerca el final de sus vidas.
En más de 17 millones de hogares mexicanos, existe una figura presencial de papá, alguien que, al menos en teoría, debe cuidar a sus hijos, proveerlos y compartir las tareas del hogar con su pareja. Eso sin contemplar que, en muchos de esos hogares, el rol es completamente machista, ellos no se hacen cargo de nada, solamente dan órdenes y con mucha suerte proveen lo necesario.
Pero sin importar si estuvo, si se quedó en casa, si se fue a trabajar, o si nunca regresó, quizá lo más importante sería entender que gracias a que existe el título de “papá” existe también el título de nuestra existencia, y todo aquello que somos hoy día.