Sin exagerar, es probable que al menos el 80 o 90% de los mexicanos vivos, hayan sido concebidos bajo los efectos de un fabuloso rapidín, una calentura erótica de menos de dos o tres minutos, que resultó en una bendición tras nueve largos meses después.
Estando en pleno siglo XXI y con toda la información al alcance de un botón, en apariencia los mexicanos todavía siguen concebiendo a sus hijos porque sí, porque la biología se los permite y porque la casualidad los lleva a eso, pero no porque tengan como proyecto criar a otro ser humano.
De las más de 48 millones de mujeres mexicanas en edad fértil, casi el 70% son madres de uno o más hijos, y de ese porcentaje, una buena parte son menores de 30 años, féminas jóvenes que han antepuesto la reproducción a asuntos como los estudios, el desarrollo profesional, económico e incluso al crecimiento patrimonial.
No importa cuántas décadas hayan pasado, porque la presión es la misma hoy día, que hace 40, 50 o 60 años, y el matrimonio, la formación de una familia y la reproducción son prorioridades en casi todas las familias y los círculos sociales. Basta que cruces la barrera de los 25 años para que, como mujeres, empieces a escuchar el sonido del tren que pasa lentamente frente a tus ojos.
Rapidín, costumbre del tercer mundo
En sociedades avanzadas, los 25 años se consideran tan sólo el principio de la vida, la edad en la que recién consideras qué quieres y empiezas a trabajar por ello; en México a los 25 años ya se te considera viejo para tener hijos y casarte, «te estás tardando», «ya se te fue el tren», «no sales ni en rifa».
Y es verdad que la mayoría se convierten en padres antes de los 25 años, en una edad que debería ser crucial para cumplir metas personales, pero que termina siendo clave para cambiar pañales y jugar a la casita.
Mientras en otros países los sectores jóvenes están apostando por no tener hijos, y vivir más para el crecimiento personal, aquí las nuevas generaciones están haciendo familia, a edades cada vez más tempranas y sin asegurar un futuro económico o moral para sus hijos.
Los mexicanos están hechos al aventón, son hijos de un momento de oscuridad y dos largos minutos de desenfreno. Quizá eso explique por qué esta sociedad también fue construida hacia ninguna parte, nació de nalgas y con los pelos de punta…