Es verdad que en México el sol sale para todos. No necesitas talento, menos preparación, estudios y ni siquiera un familiar influyente que te haga el favor. Lo único que necesitas es ser un poquito ridículo, una historia de ficción y tener cero carisma. El país necesita payasos no cantantes.
De unos diez años a la fecha, los concursos de canto se han vuelto de todo, menos musicales. Es interesante observar cómo el público mexicano se ha convertido en la oveja de los canales de televisión, yendo de allá para acá tras ídolos de papel, que no alcanzan siquiera el segundo disco, antes de perderse por la falta de talento.
Dicen que el mercado musical en México pasa por una época bastante negra. La aparición de Internet, la piratería, la portabilidad de la música en los dispositivos móviles y la obsolescencia de los discos, ha provocado que las ventas recaigan, al punto de ya no ser rentable la industria disquera en el país.
Y por desgracia, esta crisis económica ha provocado que se recurra a fórmulas de venta fácil, productos atractivos para la mayoría, figuras populares, pero efímeras, que buscan detener un rato más la inevitable caída de la música mexicana.
Basta encender la televisión en los canales nacionales para dar cuenta de este fenómeno. Lo que en países de Europa y Asía está destapando a toda una nueva generación de grandes músicos, en México son los cinco minutos de fama de payasos, lamebotas, paleros y una que otra muchacha bien formada del cuerpo y vacía del cerebro.
Cantantes en el show business
Los reality shows musicales, en cualquier canal de TV nacional, son una broma de mal gusto para la crítica internacional. Por alguna razón, parece que no podemos producir nada de calidad, ni con algún grado de seriedad, y tenemos siempre que recurrir a la lágrima fácil y el chiste vulgar para vender comerciales.
Cuentan, quienes vivieron en los años 80, que en aquel entonces los concursos de canto producidos en México exigían cierta calidad artística y sobre todo talento. De ahí que todavía se recuerden y que, quienes entonces participaron con la ilusión de destacar, sean hoy artistas consolidados, no sólo en el país, sino también en el extranjero.
En fin, el panorama es gris y no queda más que apoltronarse en el sillón, encender el aparato y reír, reír de que –parece ser– ya no hay talento o el talento está en otra parte, menos donde lo pueden escuchar.
Valeria Lira