En 1924, André Bretón definió el surrealismo como la posibilidad de que las nuevas generaciones de artistas inspiraran sus creaciones en la mente, sueños, alucinaciones y datos del inconsciente, que no estaban presentes en el arte figurativo al que el mundo estaba acostumbrado. Era el nacimiento del surrealismo.
Con el Manifiesto Surrealista, realizado por el mismo Bretón, el mundo del arte del Siglo XX se transformó y dio paso a una vanguardia que incorporaba nuevas corrientes a la tarea pictórica, como el cine, la música, la literatura, la poesía e incluso el muralismo. Y todo siempre en un plano mucho más allá de lo consciente, tendiendo más bien al espíritu humano.
En el año de 1938, surgió un encuentro que transformaría el mundo del arte moderno. Bretón llegó a México y se fascinó con el pasado prehispánico, dándole la calificación de “país surrealista” a la nación donde se encontraría con un montón de artistas, que también estaban sonando a nivel mundial.
Manuel Álvarez Bravo, Frida Kahlo, León Trotsky, Octavio Paz y David Alfaro Siqueiros formaban parte de una vanguardia artística y social en México. Era el tiempo fuerte del muralismo, el resurgimiento del indigenismo, luego de una cruenta revolución y la aparición de las clases sociales oprimidas, como un elemento útil al arte y viceversa.
Surrealismo, su historia en México
Al mismo tiempo, el movimiento surrealista mexicano tomó fuerza de la mano de artistas como Leonora Carrington y Remedios Varo, extranjeras que escogieron a México para desarrollar en él sus mejores años pictóricos, siendo incluso más reconocidas que en sus propios países.
De hecho, el propio Salvador Dalí, el pintor más representativo del movimiento, tuvo una estancia breve en México y declaró que se iba por no poder estar en un país más surrealista que sus propias pinturas.
Por otro lado, el paso de los artistas hacia la política, como representantes de la sociedad mexicana de a pie, su vínculo con los jóvenes y un movimiento que comenzaría a gestarse para estallar más tarde, en los años 60, llamaron la atención de Bretón, principalmente por la consigna política que buscaba justicia para los oprimidos y un espacio para quienes no podían ser escuchados.
Todo eso enriquecía, aún más, el folclor en el que estaba sumergido el país y aumentaba la extrañeza con la que los artistas europeos, tan inmersos en su dinámica del inconsciente, observaban la manera en que sus colegas mexicanos se involucraban con el pueblo, y salían a marchar a las calles, no como entes ajenos, sino como parte misma de la sociedad.
Valeria Lira