Uno de los símbolos más importantes y característicos de la vida en Chilangolandia es, sin lugar a dudas, el Metro. Es rutina para conocidos, aventura para propios y pesadilla para extraños, pero es paso obligado cuando de recorrer la capital mexicana se trata.
Este gusano naranja compite en capacidad con transportes subterráneos como el de Nueva York, Londres, París y Moscú, y lleva en sus entrañas más de cinco millones de personas al día, las que no podrían trasladarse si no existiera, debido a las grandes distancias que implica el DF, y la saturación vehicular en las calles.
Actualmente tiene doce líneas, con 363 vagones en funcionamiento, que recorren toda la capital y parte del Estado de México, lo que permite, además, una importante cantidad de población flotante que reside en los estados vecinos, y que acude a diario al DF para trabajar o estudiar.
La historia de este transporte se remonta al año de 1969, cuando la Ciudad de México, aunque poseía ya el estatus de capital de país, aún tenía una población mínima y bastas áreas rurales, por lo que la cuestión del transporte era algo secundario.
Con los años, la fluctuación de personas de provincia hacia el DF, la centralización de las fábricas, las escuelas y los servicios, la ciudad creció, se alargaron las distancias y se hizo necesaria una opción nueva para la movilidad.
Metro, lugar de 1000 historias
El Metro fue, para aquella época, el encanto de la modernidad, nuevas posibilidades de crecimiento para los habitantes de esta urbe, entonces en la flor de la edad.
Hay que decirlo, con la modernidad también vino la nostalgia del pasado y la desaparición de un México mágico, que muchos conocieron y que queda sólo en los recuerdos de los ancianos y en las fotos amarillas. Poco a poco el Metro dio paso a las grandes avenidas, y éstas a los puentes e infraestructura urbana; el fin de casi todas las zonas rurales y la sustitución de ríos de agua limpia por canales de drenaje.
Desde aquél año en que el Metro, ahora constituido como Sistema de Transporte Colectivo Metro (STCM), llegó a transformar la vida de los defeños, se convirtió en la sangre que corre por las venas de la capital y que hoy lleva dentro de sí, casi 700 millones de personas por año.
También cabe destacar que, entre otras cosas, es uno de los transportes de este tipo más baratos en el mundo, aun con todas las carencias y la polémica que genera, por el mal uso de los recursos, que se da en su estructura orgánica, y que no demerita en forma alguna la utilidad que tiene para los capitalinos.
En su historia ha habido al menos tres choques de magnitud importante, de los cuales sólo uno fue realmente mortífero y cobró la vida de más de 30 personas, en los años 70. También se cuentan leyendas urbanas de aparecidos, pasillos secretos para los militares o personas que viven entre los túneles, todo lo que demuestra que el Metro es, más que un transporte público, parte del imaginario colectivo que mueve a la ciudad más grande del país.
Valeria Lira