Todo aquel que haya pasado, tan sólo unos días en una cárcel mexicana, conoce bien la diferencia entre el cielo y el infierno, o como dicen por ahí: «saben lo que es amar a Dios en tierra de indios». El sistema penitenciario de México está compuesto de 416 establecimientos, entre reclusorios, centros de readaptación social, cárceles de mujeres y cárceles de máxima seguridad. Hoy en día están internas unas 260 mil personas, número que supera por mucho la capacidad de los penales para controlar la vida ahí dentro.
Para nadie en este país es un secreto la difícil situación que se vive al interior de los centros penitenciarios, resultado de la descomposición social, el crecimiento de la delincuencia y la disfunción de las leyes. Y sí, gracias a la disfunción legal es que, se dice, las cárceles mexicanas son escuelas del crimen donde, el que no es delincuente se convierte en uno, y las posibilidades de dejar ese mundo se agotan.
Extorsiones, torturas, violaciones, esclavitud, narcotráfico, venta de armas y toda una serie de actos permisivos, están vigentes en las cárceles mexicanas, por culpa de un sistema obsoleto.
Más de alguna vez el imaginario colectivo ha podido dibujarse una idea de la cárcel mexicana, luego de algún motín o rebelión de presos que deja el descubierto la impunidad con la que los criminales viven ahí dentro. Grandes salas lujosas, televisiones y hasta saunas; quien tiene dinero lo tiene todo, estando en prisión o fuera de ella y todos saben que así es como México mantiene a los grandes capos, quienes incluso tienen posibilidad de salir a cometer algunos crímenes, y regresar después a descansar en sus lujosas celdas.
Sistema penitenciario, la maldición de caer en una cárcel
Claro que la justicia en este país no siempre ha estado chueca, también hubo un tiempo en que a los malos se les trataba como malos. Durante casi un siglo, empezando en el año de 1900, funcionó en la Ciudad de México el llamado Palacio Negro de Lecumberri. Se trataba de una prisión de alta seguridad, utilizada por el gobierno para albergar, principalmente, a presos políticos y personajes que le eran incómodos, como escritores rebeldes, de la talla de José Agustín y José Revueltas, pero también a grandes delincuentes como el multihomicida Goyo Cárdenas.
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La cárcel de Lecumberri era temida entre los criminales, por albergar custodios despiadados, que disfrutaban torturando presos, al grado de causarles la muerte. Llegó a albergar casi cuatro mil personas, hasta que a fines de los años 70, el gobierno abrió dos nuevos reclusorios en la ciudad y la población penitenciaria se fue distribuyendo hasta dejar Lecumberri vacío. Hoy en día el edificio alberga el Archivo General de la Nación y funciona como museo.
Pero claro que no todo es negro. Si se pudiera hablar de algo rescatable en el sistema penitenciario de México, es el caso de las Islas Marías, una especie de colonia penal que hoy está controlada por la Secretaría de Marina, y que alberga a unos 13 mil presos y sus familias.
Los presos están obligados a ejercer distintos oficios y sus familias llevan una vida normal, hay escuelas, hospitales e iglesias, y todo bajo la única condición de no salir de ahí y no cometer ningún ilícito. Este es un poco el paraíso de las segundas oportunidades, para quienes deciden dejar atrás el crimen.
Valeria Lira