No, no tiene tanto que ver con apariciones fantasmales o leyendas de zombis. Las ciudades fantasmas son una constante en México, un país con una enorme extensión territorial y que vive constantes progresos y retrocesos, geográfica, económica y socialmente.
Ciudades fantasmas para visitar
A continuación, tres vestigios de ciudades fantasmales que vale la pena visitar, sobre todo por la historia que tienen para contar.
San Juan Parangaricutiro, Michoacán
En la primera mitad del siglo XX, San Juan Parangaricutiro era un pueblo michoacano típico, con su iglesia en el centro y una vida básica y tradicional. Sin embargo, en 1943 el nacimiento del volcán Paricutín, lo sepultó por completo bajo la lava, dejando únicamente un pedazo de la torre de la iglesia a la vista.
Unos kilómetros más adelante se instaló la comunidad de Nuevo San Juan, donde los sobrevivientes reconstruyeron sus vidas, y hoy viven al acecho del volcán, que hace más de medio siglo se llevó un pueblo entero.
Por las propiedades de la lava, se sabe que bajo las rocas de la erupción, permanece intacto el pueblo de San Juan Parangaricutiro, un esqueleto fantasmal que fue testigo de lo que alguna vez existió.
Misnebalam, Yucatán
Este pequeño pueblo, cerca de Mérida, capital del estado, es el vestigio de lo que fue, a principios del siglo XX, una gran hacienda henequenera. Máquinas, casas, una iglesia y hasta la plaza del pueblo, todo permanece igual, únicamente tocado por la mano del tiempo.
El sitio es famoso por sus historias de fantasmas y las leyendas de lo que aquí sucedía, e incluso se dice que, cuando estaba habitada, se le conocía por ser sitio predilecto para prácticas de brujería.
Se dice que fue la falta de agua y la caída del negocio del henequén, lo que orilló a los pobladores a emigrar a ciudades cercanas, hace mucho más de medio siglo.
Ojuela, Durango
Durante la época de la Colonia, este pueblo tuvo gran auge debido a la explotación de la mina que lleva el mismo nombre. Ahí se instaló una extensa población, que vivió los frutos de la industria minera, gozando incluso de construcciones lujosas, gracias al auge económico de la zona.
Casi llegando al siglo XX, se realizó la construcción de un emblemático puente, que hoy todavía se conserva, pensado para comunicar la mina de Santa Rita con el pueblo, y transportar así el material obtenido del trabajo diario, en ese lugar. A fines de los años 50 una inundación en la mina terminó con la prosperidad, por lo que los habitantes simplemente dejaron todo y se fueron a otras tierras.
Caminar por este lugar es encontrar vestigios de la vida de hace más de un siglo, con construcciones originales que no han sido intervenidas.
Valeria Lira