De esas cosas solamente pasan en México. No importa si son jóvenes, maestros, obreros, padres que claman justicia, víctimas o hasta delincuentes, en este país siempre se ve mal no agachar la cabeza frente a lo que no nos parece. No están bien vistas las manifestaciones.
Y la pregunta constante –irónicamente– siempre es la misma: ¿por qué los mexicanos nos dejamos de todo y de todos?
Bajos salarios, explotación laboral, políticos corruptos, desvíos de fondos que causan malos servicios públicos, alzas constantes al costo de la vida, legislaciones absurdas, daño a la soberanía nacional, son cosas que pasan a diario en este país inverosímil, y ante eso, los mexicanos parecen paralizados, nadie mueve ni un dedo para que esas cosas no sigan pasando.
Y entonces aparece el poder de la manifestación, que incomoda al gobierno, a los servidores públicos y también a los ciudadanos, quienes de otro modo no voltearían a ver lo que en su país está pasando. Y sin embargo, la situación se polariza y gran parte de la población opina que aquellos que están luchando por los derechos de todos, son unos flojos, unos cobardes y hasta unos criminales.
Pero si no son ellos, ¿entonces quién?
Difícilmente alguien podría afirmar que las cosas están bien en un país que ha reducido su esperanza de crecimiento económico en más de 2%, en menos de un año. Pero a pesar de eso, a muy pocos parece importarles; porque si algo queda claro es que, más allá de si es correcta o no la postura que defienden, las manifestaciones sirven para sacar a la luz todo lo que no está bien en un país y hacer que cambie.
Alguna vez se ha intentado proponer, en diferentes estados del país e incluso en la Ciudad de México, una especie de “marchómetro”, espacio grande para que quien esté inconforme vaya a manifestarse sin molestar a los demás. ¿Pero cómo legalizar algo que va en contra del sistema establecido?, sería ir en contra de la naturaleza propia de la manifestación, que es sacar de quicio al Estado para que se transforme.
El problema en realidad no son esas propuestas que caen en lo absurdo, sino que los principales defensores sean los mismos ciudadanos, que deberían estar en las calles protestando, y no pidiendo que los pocos que se atreven a alzar la voz mejor se callen.
Manifestaciones ¿Por qué no nos gustan?
Dice el esloveno Slavoj Zizek, en su libro, En defensa de la intolerancia, que la tendencia de los países capitalistas, en la actualidad, es hacia democratizar la protesta, de modo que exista una aparente calma ideológica que apague las manifestaciones, y los inconformismos que no le convienen al Estado. Es decir, nos han hecho creer que tenemos la libertad para pensar y discrepar, aunque esa aparente libertad sea una forma de hacernos sentir pasivos, y evitar que salgamos a la calle a pelear por nuestros intereses.
Incluso Zizek, afirma que es más importante que en una sociedad existan ideologías contrarias, grupos que choquen y que nunca se pongan de acuerdo, porque eso da para pensar. En cambio, si creemos que todos pensamos igual, nos estacionamos en una zona de confort peligrosa y letal, que mata la inteligencia social.
Tal vez ahí está la respuesta a por qué México no progresa, más bien se hunde frente a la mirada congelada de millones. Y por qué naciones que hace tiempo tenían un mayor atraso social y económico, hoy ya se superaron y van directo al éxito, mientras aquí seguimos peleándonos con los que bloquean el tráfico.
Según datos de organismos internacionales, México tiene 30 años de atraso en innovación tecnológica, 50 en educación, otros 30 en investigación científica, y económicamente… mejor ni hablar.
Valeria Lira