Son las tres de la tarde de un miércoles cualquiera en la Ciudad de México. Una flatulencia se comienza a gestar. El calor se hace sentir y aumenta sus grados estando bajo la tierra. Dentro de un vagón de Metro atascado de gente, en plena hora pico. Te agarras de donde puedes, todos empujan para todas partes, eres tocado(a) donde nunca soñaste, y para donde quiera que volteas hay ojos mirándote.
En ese reducido espacio no hay para dónde hacerse, el silencio de las personas atrapadas se mezcla con el ruido que viene de la calle. De repente, una pequeña peste emana entre la bola de gente, como un invitado incómodo al que todos le hacen el feo y nadie lo quiere reconocer. Se hacen de la vista gorda, como que Dios les habla, voltean para otro lado. Y así, como quien no quiere la cosa, todos aguantan la respiración, hasta que se va esa peste con aires de torta de chorizo procesada.
En promedio, una persona con una digestión normal se hecha unos 14 gases al día; sí, no importa que tan fresa, apretado, recatado o educado parezca alguien; siempre tiene un momento del día en el que la naturaleza se le sale hasta por las orejas.
Claro que la cuestión de los gases intestinales está relacionada con el estilo de vida y la alimentación. Alguien cuya comida es rica en fibra y libre de sustancias procesadas. Obviamente tiene una digestión mucho más rápida y sus alimentos pasan menos tiempo descomponiéndose en los intestinos.
Pero ese no es el caso de unos 48 millones de mexicanos, cuya obesidad resguarda, entre otras cosas, intestinos flojos. Anatomías plagadas de pudrición y una muy lenta digestión de los frijoles, las fritangas, los refrescos, las pizzas y las hamburguesas. Estómagos que a diario ingresan en sus desparramados cuerpos.
En México, además de gases apestosos, los pedos son literalmente problemas. A los que probablemente se les atribuye esa palabra, porque en realidad sí apestan y hasta duele el estómago cuando andan por ahí.
Flatulencia del mexicano
Tener un pedo, echarse un pedo, estar pedo, andar al pedo, tener cara de pedo, oler a pedo; en México este concepto es bastante amplio y describe toda una serie de virtudes emocionales y fisiológicas. Imposibles de atribuir a cualquier otro que no sea un mexicano comelón, bebedor y apestoso.
Inclusive, pudiera ser que para muchos hombres en este país, sacar de sí mismos un gas ruidoso y con buena peste, sea un símbolo de hombría. Una comida bien aprovechada, el grito del alma, para confirmar que todavía hay mucha carne en esos pantalones.
Quién sabe. Como dicen que el que lo huele debajo lo tiene, irónicamente el pedo es como un verdad incómoda que nadie acepta, pero cuando se tiene enfrente, es mejor suspirarla y dejarla pasar.
Hay mucha gente con cara de no romper un plato y no echarse un pedo, pero en la soledad de un baño o al abrigo de una sábana, todos somos capaces de sacar lo que traemos dentro. ¿O no?
Valeria Lira