Hace por lo menos cinco años que la industria de la comida alternativa en México tomó un auge imparable. Tiendas, marcas, restaurantes, nutriólogos, ropa, artículos para el hogar, higiene, muebles, y hasta aplicaciones para teléfonos inteligentes, forman parte del mundo del vegetarianismo y sus derivados.
Las grandes orbes como la Ciudad de México, Monterrey y Guadalajara, fueron las primeras en entrar con todo en el mercado de lo verde. Ahí se conocieron los primeros supermercados especializados en comida sin crueldad animal, mismos que hoy siguen vigentes y en crecimiento, pues se trata de un mercado que aún tiene mucho por abarcar, y la verdad es que está en pleno descubrimiento sobre sus alcances.
Como todo, pese a la verdadera convicción de muchos, la eliminación de los productos animales en la dieta mexicana es una moda, cuyos límites todavía están por verse, y eventualmente reventarán. Pero mientras tanto, la industria de lo amigable con el ambiente, sigue siendo un negocio lucrativo para las mentes empresariales de este país.
Vegetarianismo, el marketing de lo orgánico
Por otro lado, México ocupa el lugar número tres a nivel mundial en cuanto a venta y consumo de productos orgánicos, lo que otra vez habla de que la industria de la comida alternativa, es una constante preocupación de los compradores nacionales y en especial de las nuevas generaciones, jóvenes en edad laboral, que buscan un perfil de adulto con el que identificarse y, por supuesto, algo en lo que gastar sus salarios.
Claro que este tipo de productos todavía no son competencia fuerte, frente a la enorme industria de la carne, de la que se consumen 63 kilos al año por persona, en datos de la FAO, o la comida procesada, cuyo mercado crece más de 10% anual.
Sin embargo, se difunden por todos los medios los beneficios de la comida no animal como una manera de paliar la epidemia de cáncer, la contaminación y hasta la crisis económica mundial.
Apoyo al comerciante
Y hablando de economía, originalmente la idea de ser vegetariano también se relacionaba con reducir los costos de la alimentación y pasar a ser una especie de ser humano sustentable, sin embargo, la puesta en perspectiva de esta moda, como una montaña de dinero, convirtió este intento de sustentabilidad, en otro objeto del mercantilismo y el consumo sin sentido.
La comparación es tan sencilla como que acudiendo a un mercado local en México, un kilo de zanahorias puede ir de los $5 a los $10 pesos, comprando sin empaques, un producto fresco y cuyas ganancias no tienen intermediarios. Sin embargo, ese mismo kilo en una tienda de orgánicos puede superar los $30 pesos y con muy mala suerte venir empacado, con la consecuente generación de basura y, por supuesto, lo que implica darle dinero a una cadena de tiendas comerciales, sea cual sea el perfil que tenga.
Y lo más complicado de todo es que el consumidor está tan poco educado, respecto a cómo gastar sus recursos, que cae constantemente en las trampas de la mercadotecnia, aún cuando de principio su intención sea buena.
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Valeria Lira